Un perenne baile con las aguas. Se funde con el mar, sale de él como si fuera un capricho marino. Venecia permanece como un ensueño sobre las aguas.
Sin duda volar a Venecia por 30 miserables euros es un pecado demasiado tentador como para no caer de forma irremediable. El Airbus A320 de Vueling, se aproximó de forma pausada entre una bruma estival, al atardecer al aeropuerto de Venecia Marco Polo en donde, la calima estaba dando sus últimos coletazos. En una calurosa tarde del mes de Julio y rodeados de una turba heterogénea de turistas, mochileros, viajeros…nos dirigimos al Alilaguna, pequeño vaporetto que comunica la ciudad con el aeropuerto, y que cruza la laguna hasta la plaza San Marco. Poco o poco las primeras edificaciones se abrieron ante nosotros, semi-sumergidas, en medio de las aguas, como si de una ciudad de fantasía hubiese salido del fondo del mar. Palacios entre las aguas, iglesias, casas, puentes, todo descansando sobre el agua. Después de la experiencia de haber entrado en contacto con Venecia, como lo hacían los antiguos navegantes, por mar; no era tiempo de esperar, y sentíamos el deseo de fundirnos con la ciudad. Si todas las ciudades del mundo, son mágicas al anochecer, Venecia era algo especial. Alguien, con escasas dosis de sensibilidad puede encontrar, la nocturnidad como un elemento que marca la fealdad y abandono de Venecia, y que pone en relevancia las arrugas, desconchados y suciedades de los canales. Sin duda, Venecia es decadencia, descuido y tipismo; cosa que si todo estuviera primorosamente renovado, no tendría su encanto. La idiosincrasia latina, impone ropa colgada, poca luz, esquinas propias de conspiraciones, e historias secretas, gatos mirando desde los recovecos, y luz delicada y mortecina.
No hay nada mas glorioso que despertarse con las campanas que nos daban la bienvenida con una alegre repicar al amanecer. La plaza de San Marco se encuentra abrazando el mar, en perfecta fusión. No es difícil imaginar las velas al viento, de los barcos en los tiempos de la Venecia mercantil y los mercados en donde desembarcaban materias preciosas. Hoy es un escaparate, no solo de pomposos yates, vaporettos, sino de enormes trasatlánticos que pasan casi rozando la ciudad, de camino al puerto. La visión es sobrecogedora. Una doble fila de arcadas, rodean la plaza, frente a la atenta mirada de la fachada gótica de San Marco, y el Palacio Ducal mientras que el impresionante Campanile, cual policía impone su presencia y hasta cuida de la urbe. El ambiente es “molto vivace” , por la vitalidad no solo de las bandadas de palomas, turistas o actuaciones de la calle que deleitan a turistas de alto standing, que se sientan en las terrazas de los cafés de uno de los entornos más estéticos de la tierra. Pero el lujo se paga, sobre todo el tradicional Café Florian, en donde la gente guapa local y turistas adinerados, se dejan ver. Y por supuesto, gafas de sol a doquier, icono chulazo de moda italiana. No hay nada mejor que callejear. Y a pesar de que el calor merma nuestras ansias viajeras, no cuesta mucho meterse en situación y vivir con intensidad cada esquina, recodo y escena. Cada canal nos parece el más hermoso, cada encuadre el perfecto, y cada monumento insuperable. Hay que dosificar las emociones, para no caer en la fatiga. Venecia es algo más que un compendio perfecto y cautivador de palacios, iglesias, puentes, monumentos, y uno de los cascos históricos más perfectos del mundo. Sin duda, lo que le confiere un aspecto insólito, es su ligazón con Neptuno, su aspecto acuático; aguas que son su ruina y su salvación a la vez. Es del todo normal, que la ciudad sea una pura filigrana monumental, ya que durante muchos años, los ricos comerciantes venetos la mimaron, adornaron y convirtieron en el centro de poder más importante del Mediterráneo.
La primera impresión es que una enorme inundación ha invadido la urbe, pero sin embargo, creo que la impresión más fundada es que Venecia flota en inestable equilibrio sobre las aguas, a veces con increíbles equilibrios de muchas inclinadas y desgastadas fachadas. Sin embargo, los venecianos, se crecen ante las dificultades, y han sabido adaptar el ritmo urbano al agua, y donde había buses, hay renqueantes y suturados vaporettos, taxis acuáticos, los bomberos llegan en barco, la policía en rápidas motoras, y el trafico “acuático” es incluso regulado por semáforos. Sin duda un urbanismo único, y muy pausado, que hace que la vida en Venecia transcurra tan lenta como las oscilaciones del agua que lame las monumentales piedras. Hay vistas gloriosas como el puente de la Academia, casi en la boca del gran canal, y en donde se contempla la Iglesia de la Santa Croce, que debe verse cuando su mármol blanco se tiñe de rojo al anochecer, o la vista de San Giorgione desde la Plaza San Marco; y por supuesto, el Canal de la Giudecca con la fila de casitas típicas, al otro lado de la orilla. Pero Venecia es saturación de estética, allí donde mires. Cada parte posee su propia personalidad. San Marco, es la zona pija, turística y bulliciosa de la ciudad, donde dominan las pequeñas tiendas especializadas de cristal, papel, los delicatessen, los coquetos y pijos cafés y los mercados de fruta. Ultima noche en Venecia, con sus canales iluminados por la luna, sus gondolieri, su ropa colgada en los barrios populares y su placidez dormida. Cuesta acostarse, y nos quedaríamos toda la noche vagando por cada una de sus esquinas. Sin embargo, el día siguiente nos ofreció todavía las ultimas oportunidades para relajados paseos en Vaporetto, y para ver a la “dama acuática” desde su elemento natural: el agua.
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