Estás en una avioneta a 4.000 metros, con un tío que no conoces de nada pegado a tu espalda, un arnés y un trozo de tela; y tú vas y te tiras. Suena bien, ¿no?
No hay dos sensaciones iguales, cada uno lo siente a su manera aunque normalmente la primera sensación (salvo para los ya iniciados en algún deporte de aventura), es básicamente "acojone", y el que no se acojone no lo dejan saltar.
Frank es mi instructor, es holandés y salta entre 700 y 800 veces al año, digo yo que no fallará precisamente hoy ¿no?, aunque unos minutos antes al decirle que es mi primer salto el me contesta que este también es su primer salto, que cabr..., , me da unas breves nociones de lo que "no" debo hacer, se encarga de colocarme adecuadamente el arnés y saltamos los dos unidos (a unos 12.500 pies). Calcula que a esta altura dependiendo de lo que peses vas a estar unos 50-55 segundos en caída libre.
Le pregunto a mi instructor si podré respirar bien, si tendré suficiente aire, me contesta: ¿aire? te vas a hartar...
En la avioneta vamos unos quince saltadores, me toco saltar el primero, llega el acojonamiento máximo cuando se abre la puerta y hay que saltar, porque si no saltas te pegan una patada en el culo.
Lo primero que piensas es que se abra el paracaídas y una vez se ha abierto piensas en no romperte las dos piernas cuando caigas no importa donde, cuando tocas tierra el corazón trabaja a máximas pulsaciones.
El segundo salto es peor porque sabes lo que te espera.
Si Nuestro Señor hubiera querido que saltásemos en paracaídas nos habría dotado de uno.
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